Cuatro hombres miran a la cámara que sostiene un sicario. Están golpeados, sentados en el piso, recargados en una pared cubierta con plásticos negros para que su sangre no salpique las paredes. Son sus últimas horas con vida y están obligados a responder en video cómo es que ellos, integrantes de Los Zetas, se deshacen de los cuerpos de sus víctimas. Detrás del lente están pistoleros de Édgar Villarreal, “La Barbie”, socio del clan Beltrán Leyva y aliado de Joaquín Guzmán Loera.

El video está hecho en Acapulco, Guerrero. La fecha es 16 de mayo de 2005. Formalmente, la “guerra contra el narco” aún no comienza —iniciará hasta el 11 de diciembre de 2006— pero el país ya comienza a ver los horrores de la narcopolítica. Y esa grabación será la primera gran pista que reciba el gobierno federal sobre la presunta protección de Genaro García Luna al Cártel de Sinaloa.

La historia comienza una semana antes, cuando uno de esos cuatro hombres interrogados en video, un militar desertor llamado Juan Miguel Vizcarra, le anuncia a su novia Norma que irán de vacaciones a Acapulco. Les acompañará su hija de apenas dos años. Los tres salen de Nuevo Laredo, Tamaulipas, con reservaciones para una habitación con vista al mar sobre la costera Miguel Alemán.

Pero las vacaciones no son como Norma las piensa. Juan Miguel se rodea de hombres extraños y únicamente sale con ellos de noche; además, ordena a su esposa que no salga al boulevard con la niña y que pasen horas viendo televisión o las olas desde el balcón. El viaje toma un giro inesperado el 15 de mayo a las 7 de la mañana, cuando Juan Miguel recibe una llamada que lo hace jalarse el cabello y golpear las paredes.

“¡Atraparon a esos pendejos en Zihuatanejo!”, grita él, según dijo Norma en la entonces Procuraduría General de la República. Y ahí es cuando, agobiado, Juan Miguel le confiesa a su novia su real ocupación y el verdadero motivo del viaje: es jefe de sicarios de Los Zetas y tiene gente repartida en Acapulco y Zihuatanejo para cumplir la misión casi imposible de arrebatar el control de Guerrero al clan Beltrán Leyva, sus enemigos a muerte.

“Estamos jodidos. Cuando agarran a uno, agarran a todos”, dice, tembloroso, mientras mete sus pertenencias en una maleta y le pide a Norma que haga lo mismo con las suyas y las de su hija. Salen del hotel a buscar tarjetas telefónicas de prepago para pedir una extracción. Tienen que huir de Acapulco. El Cártel de Sinaloa va por ellos.

No logran avanzar más allá del Parque Papagayo. Tres camionetas sin placas les cierran el paso y de ésas salen una decena de hombres armados con uniformes con tres letras. Antes de ser privados de la libertad, Norma alcanza a leer “AFI”, es decir, Agencia Federal de Investigaciones, el cuerpo de espías que lidera Genaro García Luna hasta el fin del sexenio de Vicente Fox.

Norma y su hija son liberadas un día después. De inmediato, ella reporta la desaparición de su novio Juan Miguel, pero ya es muy tarde. Él y otros tres zetas —Sergio Alberto Ramón, Andrés Tamariz y Édgar Ortiz— ya habían sido entregados por agentes de la AFI al Cártel de Sinaloa para ser torturados en una casa de seguridad de La Barbie. Para que no haya duda sobre el final de los cuatro foráneos, al terminar del video se observa una mano que dispara en la sien a Juan Miguel, formado en la élite del Ejército mexicano.

Aquel video es “quemado” en un DVD que sicarios de La Barbie llevan hasta la Procuraduría General de la República. La intención, reveló el asesinado comandante acapulqueño Mario Núñez, es que el gobierno difunda el interrogatorio entre los jefes criminales como un mensaje para los enemigos del Cártel de Sinaloa: en Guerrero y en todo el país, la AFI detendría a los contrarios y se los entregarían. El gobierno federal, a través de García Luna, fungiría como el operador de los “levantones”.

Sin embargo, la procuraduría a cargo de Daniel Cabeza de Vaca no difunde el video. En el edificio de Paseo de la Reforma creen que pueden esconder la masacre. Y les funciona… pero sólo durante unos meses, porque dos discos con el interrogatorio llegan hasta las oficinas de dos diarios estadounidense, Kitsap Sun y The Dallas Morning News, que publican la historia el 1 de diciembre de 2005.

“Llegó como paquetería de rutina en un sobre blanco tamaño carta (…) sin dirección del remitente. Adentro había un par de DVD sin identificación, sin notas ni nada. El editor casi los tira a la basura. Pero no lo hizo”, se lee al inicio del texto de la periodista Julie McCormick.

Los textos en inglés describen el interrogatorio de siete minutos: los zetas no sólo hablan de cómo “guisan” a sus enemigos, sino que dejan ver supuestos tratos con autoridades en la frontera con Estados Unidos y admiten, a punta de pistola, el asesinato de la periodista Lupita García Escamilla en Tamaulipas.

La inquisición de Acapulco se vuelve noticia internacional con énfasis en que las autoridades mexicanas colaborarían con el crimen organizado. El escándalo obliga al gobierno federal a convocar a una rueda de prensa al día siguiente en la cual José Luis Santiago Vasconcelos, subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, admite que 11 agentes de la AFI sí sirvieron como secuestradores para el Cártel de Sinaloa.

Aquel día, el diario Kitsap Sun da seguimiento a su cobertura con un titular aún vigente: “Un misterioso DVD termina en un asesinato, pero la historia apenas comienza”.

El jefe de esos 11 agentes sucios se convertiría un año después en secretario de Seguridad Pública Federal, pero 194 meses después sería enjuiciado en Estados Unidos por poner a instituciones mexicanas al servicio del Cártel de Sinaloa a cambio de millonarios sobornos.

Sí: la historia de corrupción criminal de Genaro García Luna y sus nexos con “La Barbie” apenas comenzaba.