Hizo muy bien el presidente Andrés Manuel López Obrador en deslindarse y censurar el burdo, torpe y muy cuestionable cateo a la residencia de Alejandro “Alito” Moreno.

El problema es que, ese cateo, fue efectuado por Layda Sansores, la gobernadora morenista de Campeche. Y para colmo, ejecutada por el fiscal priista que ahora despacha bajo colores guindas, Renato Sales, un personaje al servicio de Miguel Ángel Osorio Chong, que quiere ser -y el presidente también lo quiere- el nuevo dirigente nacional del PRI si lograran que Alito renunciara.

El deslinde presidencial llevó su jiribilla. Comparó ese cateo con el que se dio cuando cayó Saddam Hussein, cuando exhibieron el interior de su casa. Vaya comparaciones.

La enmienda presidencial se dio en momentos en que el líder nacional del PRI volaba a Ginebra, rumbo a las Naciones Unidas, en una primera parada donde pretende exhibir los excesos de López Obrador y la pérdida del Estado de Derecho en México.

Nadie, en sus cinco sentidos, puede regocijarse de un careo así. De qué magnitud sería el abuso para el propio mandatario, que reconoce que Alito no es santo de su devoción, salga a desmarcarse.

Y no se puede aplaudir un cateo así, sin una denuncia específica de qué van a buscar en una casa particular, operada por el empleado de Osorio Chong y derribando puertas con postes de madera. ¿Cuándo veremos cateos así, en las casas de los jefes narcos? ¿Allá, abrazos y acá, balazos?

La gran noticia mediática del cateo es que Alito tiene, en los baños de su casa, mármoles muy finos. ¿Es eso un delito?

Está más que claro que se trata de una persecución política, porque el presidente nacional del PRI acabó unido a la alianza Va Por México para impedir la aprobación de la Reforma Eléctrica. Y eso descuadró al inquilino de Palacio Nación, quien a partir de ese momento rompió toda relación con quien consideraba un “traidor”.

También es una persecución para romper la alianza Va Por México ahora que se ven destellos de triunfo. El desgaste de Claudia Sheinbaum, a quien le volvió a explotar el Metro, ahora en la Línea 2, viene a abonar las sospechas de por qué la Jefa de Gobierno de la CDMX nunca quiso dar a conocer el arbitraje de la empresa extranjera sobre la Línea 12.

Y, al final del día, es una persecución contra Alito para que el presidente pueda instalar, al frente del PRI, a alguien de sus confianzas, como Miguel Ángel Osorio Chong o alguno que él maneje.

Un nuevo líder nacional tricolor que responda a los intereses de Palacio Nacional y que actúe como Caballo de Troya para impedir la amenaza aliancista de la Oposición.

Si hoy aplaudimos esos abusos de poder estamos legitimando que mañana se metan a cualquier casa particular y te cuestionen por qué tienes un elegante comedor o una cocina italiana. ¿Dejaría el mandatario entrar para ver de qué está hecha la llamada ‘Casa Gris’ de Houston?

Hay mucho que cuestionarle a Alito, no hay duda. Pero siempre por la ruta judicial. Lo burdo de esta maniobra rompe límites y tendrá sus consecuencias.

¿Cuáles serán las denuncias que el presidente del PRI hará en sus viajes por distintos países?

¿Cuál es el clima hacia México, de un gobierno norteamericano, que solo esta semana -en plenos festejos de su Independencia- recomendó al presidente Biden liberar a Juliane Assange y desaparecer la estatua de la libertad?

La cereza en el pastel la impone The New York Times, que exhibe severas críticas diplomáticas al embajador Ken Salazar, de quien lo menos que dicen es que está entregado a los intereses de Palacio Nacional.

Las revelaciones del presidente del PRI amenazan con cimbrar al gobierno de la Cuarta Transformación. Será un ataque, como dijera una famosa periodista en el noticiero estrella de Jacobo Zabludovsky: “¡Nuclear, Jacobo, Nuclear!”.