Resulta altamente peligroso cuando la democracia se mezcla con la violencia y la confianza se pierde en las instituciones. En México, por desgracia, lo hemos vivido desde hace ya vario tiempo. No obstante, en Estados Unidos la fecha de inicio está muy clara.

El 6 de enero de 2021 no se olvida.

La toma del capitolio por una turba violenta inspirada en un líder derrotado, permanece como un episodio difícil de creer en una nación que se ha dedicado a “exportar democracia,” desde que se convirtió en la más poderosa del mundo. Sin embargo, las imágenes de agentes de policía con pistolas en un enfrentamiento armado para defender la Cámara de Representantes, congresistas escondidos, gas lacrimógeno esparcido en la rotonda y extremistas parados en los lugares que ocupa el Vicepresidente en el estrado del Senado, se hacen presentes a manera de testigos.

Lo que ocurrió en Estados Unidos, similar a tantos episodios desafortunados de la vida política Mexicana como la toma de protesta de Calderón o los plantones en Reforma, no fue una pesadilla y se ha vuelto el símbolo de un parteaguas en su historia.

Incluso, podemos decir que por un momento pareció que se les había acabado su producto principal de exportación y que a raíz de lo ocurrido, la grieta que ha quedado en el corazón de su democracia, ha hecho que esta necesite marcapasos para controlar la arritmia que provoca el recuerdo de un suceso que no se pude olvidar, y que además detona síntomas de un malestar que continua latente, que sigue vivo, y que podría regenerarse a tal grado de volver a abrirle las puertas de la Casa Blanca a Trump en el 2024.

El diagnóstico arroja que es una posibilidad. Sobretodo cuando se tiene en cuenta que con todo y la comisión del Congreso que investiga el suceso, hay un saldo de 700 acusados y sólo 71 condenas.

Entonces, ¿qué sigue?

Sabemos que en el discurso que Biden tiene pensado dar desde el Capitolio para el aniversario de esta fecha, no se limitará a la hora de condenar a Trump y le atribuirá la responsabilidad única por el caos que se produjo ese día. Además de señalarlo como una amenaza para la democracia de ese país que, aunque hoy está en un lugar diferente, aun permanece frágil.

Lo más importante es que los extremistas ya no están en la Casa Blanca, encendiendo el fuego de la extrema derecha y el Estado está más atento a este tipo de movimientos, pero aún así, la sombra del odio y la división que llegó ese 6 de enero no se ha ido, y  será lo que enmarque a las elecciones de medio término de este año y a las presidenciales del 2024.

Las visiones opuestas permanecen.

Lo que para unos es democracia para otros es fraude, y eso es tal vez lo que más preocupa en un momento tan crítico como histórico. Porque cuando se pierde la confianza en las elecciones, se daña el vínculo que conecta a la ciudadanía con las instituciones y al final el costo es muy caro.

Creo que eso en México lo sabemos bien.

¿En qué momento vecinos distantes nos volvimos tan similares?

En otro contexto esto último sería motivo de júbilo, pero en este preocupa, a la vez que nos recuerda a las dos naciones que hoy más que nunca, la importancia de saber perder, se vuelve vital para la supervivencia del sistema.

Por eso eso es que el 6 de enero no se olvida.

El último en salir apague la luz.