Nueva York huele a diario como si fuera un fumadero de maría a cielo abierto. Sin distinción de zonas ni horarios, a las puertas de un colegio o un edificio de oficinas, el olor a marihuana es una seña más de su identidad urbana. Pero el mercado legal del cannabis avanza a la zaga de la humareda, entre zonas de gris. Gracias a una iniciativa del Estado, se ha aprobado la venta minorista con fines recreativos y características muy concretas: las primeras licencias de actividad se han concedido a individuos previamente condenados por posesión, en su mayoría afroamericanos y latinos, cuyo padecimiento pretende compensar la denominada iniciativa “de equidad” oficial.
El Estado de Nueva York legalizó en marzo de 2021 la posesión de marihuana con un límite de 24 gramos de concentrado por persona. Pero antes ya funcionaban numerosos despachos o dispensarios, no pocos en camionetas ambulantes, en un contexto alegal de hechos consumados que movía más de 2.000 millones de dólares al año, según cálculos de Bloomberg. La semana pasada, la Junta de Control de Cannabis del Estado concedió las primeras 36 licencias provisionales, repartidas entre 28 particulares y ocho ONG. Aspiraban a una las más de 900 solicitudes presentadas.
Una de las condiciones es que la maría se cultive en el Estado de Nueva York, donde operan más de 220 plantaciones industriales, y que las grandes empresas, algunas cotizadas, no accedan al negocio hasta dentro de tres años para favorecer a las pymes; ni siquiera las que comercializan marihuana con fines terapéuticos. A partir de ahora, el consumo de maría será como el de alcohol o tabaco: algo reservado a los adultos. Y, como el de la cerveza artesana o las tiendas de licores, se mantendrá de momento en manos de particulares.
Está previsto que las primeras tiendas completamente legales abran a finales de año. Pero aún hay cabos sueltos en la legislación, un texto de 282 páginas en el que la Junta de reguladores pergeña un reglamento unificado para ampliar el mercado y las oportunidades de negocio. La pregunta más frecuente es qué pasará con las tiendas existentes, que teóricamente limitaban su oferta al cannabidiol (CBD), uno de los principios activos del cannabis. Alex se lo pregunta a diario. Abrió su negocio, Cannabis Culture, hace sólo un mes en una de las zonas más transitadas de la urbe. El ajetreo ante el mostrador en vísperas de un festivo le consuela, pero teme que no garantice la viabilidad. “Pago 50.000 de alquiler, necesitaría muchísimos más clientes para empezar a ganar. Me conformo si puedo cubrir gastos los próximos seis u ocho meses”, explica en el mostrador, donde reposa un folleto explicativo de los efectos de los distintos tipos de compuesto (“euforizante, somnífero, relajante…”) y el surtido de sabores que aromatizan la hierba. “Vendemos todo tipo de productos con CBD, para fumar, aceites, gominolas, piruletas, incienso…”, explica Alex, que califica de variada a su clientela. “Hay jóvenes y mayores, hombres y mujeres, gente que compra CBD para dormir y otros para colocarse; muchos, para ambas cosas”. En las paredes hay reclamos de descuentos por la fiesta de Acción de Gracias y el Black Friday.
“La marihuana es más saludable que el McDonald’s”, reza un cartel en el escaparate de Smoker’s World, a pocas manzanas de distancia. La oferta de hierba se tiñe de aromas incomprensibles: a plátano, mantequilla de cacahuete o helado de fresa, entre una quincena. A media tarde de un miércoles, tres clientes, dos veinteañeros y una mujer de edad intermedia, se aventuraban en poco más de un minuto en el local. “Puede comprar quien quiera, siempre que tenga más de 21 años; cuando dudamos, pedimos el carné. Los clientes son jóvenes y no tan jóvenes, le sorprendería saber que la mayoría es tirando a mayor y que compra para conciliar el sueño”, explica Ahmed, uno de los encargados.
En una tercera tienda, que además vende galletas y bizcochos a base de maría, es obligatorio enseñar el carné a los dos cancerberos aunque se peinen canas. “Abrimos hace tres años y medio, más como forma de activismo que como negocio. Luego hemos ido creciendo, hasta desarrollar merchandasing propio, así que estamos asentados”, explica uno de los vendedores, que declina identificarse. La oferta de aromas y sabores es abrumadora, como las luces de neón que parpadean en el local. Las tres tiendas visitadas se despliegan en un radio de un par de manzanas desde Times Square, el kilómetro cero de Manhattan.
El hecho de que la última tienda citada pudiera abrir en 2019 demuestra el vacío legal que ha rodeado a la marihuana, la droga menos cuestionada entre la panoplia de sustancias prohibidas. También implica la avanzadilla de un debate político cada vez más amplio: con la legalización en Nueva York, son ya 21 los Estados que se han pronunciado a favor, 14 de ellos en las urnas. El 8 de noviembre, coincidiendo con las elecciones intermedias, los votantes de Misuri y Maryland aprobaron en referéndum el libre uso recreativo de la droga.
Hace una década, ningún estadounidense vivía en un Estado que permitiera fumar, vaporizar o consumir marihuana con fines recreativos. Hoy, casi la mitad de la población lo hace. La acción legislativa sigue a rebufo de los usos de la calle, pero aun así supone el mayor cambio en la política de drogas del país en décadas. Al homologar la marihuana con el alcohol y el tabaco, y no con las drogas más duras, la nueva legislación no sólo genera una nueva industria, también replantea la inversión en recursos y gastos como los policiales, hasta ahora centrados en la persecución.
La concesión de licencias a exconvictos tiene algo de homeopático. Al igual que en el resto del país, la prohibición en Nueva York provocó que los negros y latinos sufriesen exponencialmente la acción de la justicia, víctimas de detenciones arbitrarias en las calles en virtud de un programa antidrogas vigente durante la alcaldía de Michael Bloomberg (2002-2013) llamado Stop, Question and Frisk (Parar, preguntar y cachear), que penalizó especialmente a vecindarios de minorías étnicas, a pesar de que los niveles de consumo son similares por doquier.
La normativa prohibirá la presencia de tiendas en las cercanías de escuelas o guarderías; hasta ahora, no había límite para los comercios alegales, cuya maría procede de California o Colorado, no del Estado. Muchos otros aspectos quedan sin embargo al albur de ulteriores decisiones políticas… o judiciales: para empezar, porque la posesión de hierba sigue siendo ilegal en la legislación federal, lo que dificulta la financiación de los grandes bancos a los negocios. En algunos Estados, como Dakota del Sur, el recurso judicial de un gobernador ha revertido incluso el apoyo de los votantes a la regulación.
Alrededor del 68% de los adultos en EE UU apoyan la legalización, según una reciente encuesta de Gallup. Hace sólo dos décadas, el 64% defendía lo contrario. El cambio de parecer de la opinión pública provocó a partir de 2012 un efecto dominó, con Colorado y Washington como avanzadilla. Tres de los 21 Estados que han homologado la marihuana son de tradición republicana, entre ellos Misuri. El más destacado de los republicanos, el expresidente Donad Trump, defiende que siga prohibida, igual que Joe Biden, al contrario que el 80% de sus votantes. El presidente demócrata, no obstante, se opone a penas de cárcel para los consumidores y ha indultado a miles de personas condenadas por la ley federal. El Congreso aprobó hace dos semanas su primer proyecto de ley de reforma de la marihuana, que permitirá una mayor investigación sobre sus usos médicos una vez que Biden lo rubrique.
El programa de chequeos aleatorios de Bloomberg fue declarado inconstitucional en 2013. Cinco años después, el Estado dejó de arrestar a quienes fumaban marihuana en las calles y abrió la vía para autorizar el consumo. Gran parte de la opinión pública considera hoy que la guerra contra las drogas desarrollada durante décadas fue un fracaso. El olor a marihuana que se esparce por Nueva York es prueba de ello.