Hace mucho tiempo, cuando todavía existían los grandes hacendados rurales y se acercaba la fecha del 2 de Noviembre para ir a visitar a los difuntos, los trabajadores, la mayoría pobres, pedían permiso a sus patrones para ausentarse todo el día e ir a los cementerios.
Como una especie de ayuda, los hacendados les regalaban comida o algo de dinero para que fueran al cementerio y pudieran ofrendar algo a sus deudos.
Esta dádiva se convirtió en una costumbre, de tal modo que cada 2 de noviembre, los trabajadores iban a pedir su “calaverita”.
¿Pero por qué adoptó ese nombre? Tiene que ver con la creación de los alfeñiques; es decir, aquellos dulces hechos y moldeados con azúcar, los cuales se solían regalar a los seres queridos. Los niños, especialmente, corrían a las casas de los hacendados para pedir su “calaverita” y llevarse un dulce a casa.
Durante los años de la colonia, como los poblados estaban a oscuras, los niños salían al oscurecer, a pedir dulces con una calabaza o chilacayote vacia, en cuyo interior colocaban una velita para iluminar su recorrido, a través de orificios que hacían a la calabaza, es de ahí que toma también el nombre de “calabacita” y comienzan a salir no solo los niños sino también pequeños grupos de familiares o amigos.
Cabe destacar que al principio los niños no se disfrazaban fue sino hasta inicio de los ochenta, con la influencia de la televisión y los medios digitales, que se introdujeron los disfraces del Hallowen como las brujas, diablos, fantasmas, calaveras, entre otros.
Al llegar a cada domicilio, los pequeños entonan el siguiente canto:
“Somos angelitos, del cielo bajamos pidiendo calabaza,
para que comamos,
No queremos vino, tampoco cerveza
Lo que queremos está en la mesa
¡Calabacita tía!”
Si los dueños o habitantes de una casa ofrecen algún dulce, fruta o golosina, agradecen cantando: “¡Que viva la tía!”, pero si no reciben nada expresan: “¡Que muera la tía!”.