A las 8 de la mañana del pasado 19 de enero, alguien hurgaba en la basura tirada a los costados de la carretera en el cañón de La Tuna, en Los Ángeles. Entre muebles desvencijados, neumáticos y otros desechos lanzados barranco abajo, lo que encontró fue un cadáver.
Después se sabría que el muerto era Bryan Cojón Tuyuc, un trabajador de la construcción de 20 años originario de Guatemala. Y al hallazgo le seguiría la detención de Gabriel Orellana, de 19 años, a quien la policía identifica como miembro de la pandilla MS-13 y que ya había estado implicado en un intento de secuestro y asesinato y en la golpiza a una mujer transgénero en la ciudad californiana.
Las noticias sobre crímenes relacionados con la también llamada Mara Salvatrucha son frecuentes en los medios estadounidenses.
Lo son cuatro décadas después de su surgimiento en las calles de Los Ángeles, a casi dos de la creación de la primera unidad específica para enfrentarla y cinco años después de que el entonces presidente Trump ordenara a las agencias federales trabajar de forma conjunta para “erradicarla” y el Departamento de Justicia lo hiciera su “prioridad máxima”.
Una entre miles de pandillas
“Es una pregunta realmente compleja”, le dice a BBC Mundo un exfiscal cuya trayectoria profesional pasó por la DEA y el FBI y que pide mantener el anonimato.
“No es la única pandilla de Estados Unidos ni son los únicos criminales violentos”, resume, coincidiendo en su respuesta con otros expertos consultados.
Ciertamente, no lo son. El Departamento de Justicia estima que en el país existen más de 20.000 pandillas con más de un millón de afiliados repartidos por los 50 estados, el distrito de Columbia y los distintos territorios bajo su administración.
Sobre la MS-13 en particular, calcula que cuenta con 10.000 miembros y que ha establecido “clicas” —su unidad más pequeña, una especie de célula relativamente autónoma— en ciudades y suburbios de California, Nueva York, Nueva Jersey, Maryland, Virginia, Massachusetts, Ohio, Carolina del Norte, Georgia y Texas.